A continuación tienes todos y cada uno de los textos y audios que corresponden a cada fotografía
Desde el primer día, te he protegido celosamente de las miradas
ajenas. Nunca he querido compartirte. Pero no pienses que ha sido
porque soy persona posesiva y controladora, que quizás lo sea. Lo
hice porque no quería banalizar tu belleza. La calma y colorida
belleza que un día emergió ante mí de las turbias aguas del Ganges.
Quizás la diosa Ganga se compadeció de mi soledad perpetua
y envió a una de sus hadas para que me acompañara durante el
viaje de la vida. O tal vez fuera que necesito soñarte de ese modo.
Fuera como fuese, el caso es que, durante años, has estado oculta a
la mirada ajena, hasta hoy, día en el que ya siento el aliento frío que
anuncia el fin del viaje.
Llegó el tiempo en el que el mundo pueda admirar tu belleza: que
el mundo pueda compartir tu magia, esa que me ha empujado a
recorrer el orbe y la vida, con todos aquellos que tengan los ojos
abiertos a la fantasía y los sueños.
ISMAEL GARCÍA
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Ella. Su mirada, y toda una vida pasada llena de recuerdos. Mira al futuro,
pero su infancia sigue en su memoria. Recuerda ser feliz, mucho, cuando cada
día, después de ayudar en casa salía a jugar a la calle con sus vecinas. Era
tarde, pero hacía calor. Corrían, hablaban y el porvenir, a esas edades, no
les preocupaba.
Ahora, Ella tiene que seguir adelante por sus hijos, por sus nietos. No se siente
sola, pero siente responsabilidad por todos ellos. Por el futuro de su familia
no ha dejado de trabajar ni un solo día.
Ella. Sus recuerdos son alegres, tanto como los instantes en los que se sienta
con una de sus nietas y deja que la niña enrede sus dedos en su oscura
cabellera. Momentos de felicidad entre generaciones en los que Ella rememora
su infancia. Cierra sus ojos y sigue siendo una niña jugando con sus amigas.
Hoy, su nieta, lo hace con su pelo. Ahí están Ellas, juntas. No son necesarias las
palabras cuando sus miradas irradian amor cada momento que comparten.
Desea que el día acabe allí, juntas, su melena entre los pequeños dedos de
la niña. Son felices, las tardes siguen siendo tan calurosas como cuando ella
tenía la edad de su nieta. Sus recuerdos se entremezclan.
Ella, su futuro.
MARTA GORDO IBAÑEZ
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Ananya. Había sido preciosa. A pesar de ser de la casta de los intocables,
su madre le enseñó a leer y a escribir. Y le descubrió lo que significaba su
nombre.-Hija, tu nombre quiere decir Única, lo que tú eres y todos somos. Pero no
te confundas. Tendrás que limpiar la suciedad de las letrinas y a cambio
las familias pudientes te darán las sobras de su comida. Un oráculo al que
consulté en Madrás, cuando naciste, predijo que sólo te librarías de tu destino
si un soldado extranjero te besara el día de tu dieciocho cumpleaños.
Pero no sucedió. Fue creciendo, se casó, tuvo una hija a la que llamó Lita y
nunca se rindió.
Ahora es una mujer mayor, arrugada, desdentada y pobre. Todos los días
se enjabona cuatro veces antes de cenar para que el olor que tiene no lo
note su familia. Y fantasea, antes de que llegue el sueño, acerca de lo que
hubiera pasado si ese soldado le hubiera besado como el oráculo imaginó.
CRISTINA GARCÍA ROSALES
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Contemplamos la imagen de una anciana. Ella no nos ve. Al contrario
de nosotros que, gracias a este retrato, somos conscientes de su
existencia, ella nada sabe de ti, el espectador.
¿Y que sabemos nosotros de ella? Nada cierto. El fotógrafo quiere
captar el alma en la mirada, en el gesto, la esencia del personaje…
Una vez hecha la foto nos muestra su trabajo, pero es quien lo
observa el que, a través de sus propias vivencias, sensibilidad,
su estado de ánimo… imagina la historia que rodea al personaje.
La vida no puede entenderse de forma aislada, sino que está
intrínsecamente ligada a su entorno. Éste nos separa, pero como tú,
como yo, posiblemente tuvo el amor de sus padres de niña. Corrió y
rió mientras jugaba. Se enamoró y sintió el dolor de la enfermedad,
del rechazo ,,, Alguna vez, una mano amiga se posó en su hombro y
la consoló. Tuvo hijos a quien les dio todo a cambio de nada y por
los que trabajó hasta agotarse y esto marcó su rostro y desgastó
su cuerpo. Vio desaparecer a sus seres queridos … Sus ojos, con el
paso del tiempo, perdieron el brillo de la esperanza, se endurecieron
y su sonrisa la reservó para aquellos que importaban.
A través de la foto se tiende un nexo hasta lo que nos es común,
aunque sea diferente. Y esto es lo que logran los buenos fotógrafos.
Despertar emociones.
JOSÉ RAMÓN GARCÍA COCA
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Como aquel que se esconde bajo un manto de ancianidad que
no está otorgado por los años sino por el reflejo innato de una
trabajosa existencia. Como aquel que sin desearlo aparenta una
aptitud distante encubierta por una atemporalidad congelada en
el espacio.
Él puede hacerlo y sin tapujos y sin siquiera planearlo enjoya su
cuerpo con recuerdos que solo él conoce. Y con una inusitada calma
encierra con hermetismo y con cierta dosis de humildad su sabía
razón que se convierte a ojos del mundo en una mágica presencia.
Su propia desnudez, solo cubierta por la esencia del mundo real,
consigue que reparemos en su cuerpo plácido y sereno. Esos son sus
dones, verdaderos tesoros para el resto de los humanos.
MARÍA LUISA ARGUÍS REY
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Seguramente, lo que estoy escribiendo, está dependiendo del estado
de ánimo en el que me encuentro en este momento. Soy católico,
veo a una mujer que no lo es, pero que está convencida de sus
creencias; y sus creencias son consecuentes con la realidad que le
envuelve. Y sus creencias no se contraponen, en gran medida, con lo
que deseamos al prójimo en cualquiera de nuestras culturas.
Está observando algo, a alguien o algún acontecimiento que
sucede próximo a ella; quizás sólo recordándolo. Lo hace con una
mirada reflexiva, enjuiciando internamente qué le parece lo que está
observando o recordando. Su experiencia le dice que lo que ve, o
recuerda, no le gusta en su totalidad; que a quién mira le podría dar
un buen consejo que le sirviera, realmente, para toda la vida; que lo
que está aconteciendo se podría hacer o expresar de otra forma.
El objeto que puede estar viendo, quizás no se ajuste lo que sus
padres y abuelos empleaban para llevar a cabo la actividad que
requiere su empleo. “Siempre hemos empleado este otro que, además,
es herencia de mi madre y ha pasado durante décadas por las
manos de todas las mujeres de nuestra familia”.
La persona a la que está observando, se está procediendo de una
forma que no acaba de entender, pero podría decirle … muchas
cosas.
La discusión que ha tenido lugar entre los familiares presentes no
es lo más reconfortante que debe asumirse ¿No podemos discutir
de otra forma? ¿no podemos tener mayor sensibilidad a la hora de
expresar nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestros puntos
de vista?
JOAQUÍN MORENO
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No podrán los incrédulos apagar el fuego que arde en tu interior
desde ese instante.
Donde todo quema, donde todo late y renace.
Ya no existirá el olvido.
Pero no recordarás como has vivido hasta entonces. Ni siquiera
recordarás quien has sido.
Ya no habrán amores pasados, ni rotos, ni tibios, ni cobardes.
Ni podrás olvidar ese golpe en tu pecho que te deja boquiabierto,
intentando respirar.
Ni el ensordecedor estallido de tu corazón al verla llegar.
Ese instante donde desaparece el tiempo, el ambiente es canción, tu sangre es lava ardiendo.
Y sus ojos, el cielo.
ROMINA ALÍ
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Apoya la mejilla sobre la palma de su mano, como quien descansa no
solo el rostro, sino también sus recuerdos, sus pensamientos, su mundo
interior. Su piel, delicadamente surcada, es un mapa generado por el
tiempo, un testimonio silencioso de todo lo vivido.
No mira al horizonte. Mira dentro de sí misma.
Allí donde habitan las preguntas que nadie hace en voz alta.
¿Fue libre? ¿Eligió sus días, o los días la eligieron a ella?
Su atuendo, pulcro, digno, tejido de normas y silencios, suponemos
que habla de una vida hecha con hilos ajenos. La tela elegante
que cubre su figura parece protegerla, aunque tambien la delimita.
Aun así, su rostro irradia una serena luz, como si en su mundo interior
hubiese más paz que resentimiento, más aceptación que reproche.
Hay una semi sonrisa en sus labios, discreta, apenas esbozada. No
sabemos si es de nostalgia o de alivio, quizás recuerde un amor, o
simplemente el peso que ya no necesita cargar.
La luz del día acaricia su cara, haciendo de cada arruga un verso.
Pero, ¿qué sucede cuando la luz se va?. Cuando llega la noche y
con ella esos pensamientos más profundos, los que no se cuentan.
Quizá en la oscuridad su mente viaje aún más lejos, hacia esos
rincones que solo ella conoce. Quizá allí, en ese infinito interior, haya
sueños guardados, decisiones calladas, valentía y silencio, mucho
silencio.
Seguro que fue valiente, y puede que nadie se lo dijera nunca.
IGNACIO IGUARBE
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Joven, ¿quizá tímido? ¿Es día de fiesta, o vas camino de la oficina?
¿Estás casado, soltero, a lo mejor comprometido..?
Cuando pienso en lo que el retrato de este joven lejano y desconocido
me sugiere veo que son todo interrogantes.
Quizá el origen de todas las preguntas está en lo huidizo de la
pose, sabe que lo fotografían, que lo fotografía un occidental -no
abundan en su barrio-, pero huye del contacto visual, con el fotógrafo
y conmigo, y con esa decisión de no mirar, también se aleja de todos
los posibles y lejanos ojos que se asomen a este retrato.
¿Se imaginará la de vueltas que va a dar su cara, su mirada, él, su
imagen… ?
No nos regala su mirada, ni un mínimo acceso, me voy a quedar para
siempre sin saber, sin ni siquiera poder fantasear, con qué ocupa esa
cabeza, para mi ya eternamente ajena, cubierta por ese gorro que
se adivina entre las sombras, atento a algo o alguien que no tiene
nada que ver conmigo.
Chaval, qué lejos estás, es tu decisión, que así sea, no seré yo el que
me invente lo que ni siquiera me dejas imaginar.
JUANJO MONGE
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Te veo mujer
Joven y bella
Esperanzada
Sensual y pensativa
En tu mirada sueños
En tus orejas cadenas…
Te deseo mujer
Que la Naturaleza del Amor
Se enrede en tu pelo
Te siento mujer
Vieja presumida y bella
Con sueños cumplidos
Y deseos
En tus orejas pétalos de flores
Sin cadenas…
AMELIA ARIÑO
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Quizá el ocaso de mi vida está el llegar. No importa. Me reuniré
contigo. Me reuniré con vosotros. Sed indulgentes conmigo como
yo lo he sido con vuestro recuerdo. La luz me transportará rápida y
segura hacia todo o hacia la nada. Mi alma se encuentra tranquila
y serena.
Merci d´être la bas ailleurs…
SARA LABORDETA GAVÍN
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Con ojos grandes y asombrados, observa el mundo que le rodea,
un paisaje lleno de color y contrastes contradictorios. Su mirada
refleja la ilusión y la inocencia de un futuro mejor por descubrir.
Cada detalle resalta su curiosidad; los colores vibrantes y las formas
diversas despiertan en él una sensación de maravilla. Cada nuevo
descubrimiento provoca una mezcla de alegría y asombro, como si
el mundo estuviera lleno de sorpresas esperando ser desveladas y
le susurrara secretos sobre lo desconocido.
La vida a su alrededor es un torrente de experiencias: risas, llantos,
juegos y aprendizajes. Todo cambia constantemente, desde la
naturaleza hasta las personas que lo rodean. Cada día trae consigo
la promesa de nuevas aventuras y lecciones que moldean su ser.
Con cada paso, se siente más conectado con el entorno; los
aromas, los sonidos y las texturas lo envuelven en un abrazo cálido.
La esperanza brilla en sus ojos y corazón, alimentada por la certeza
de que el futuro guarda posibilidades infinitas. Así, en este viaje lleno
de descubrimientos y emociones, sigue adelante con la fe de que
cada cambio es una oportunidad para crecer y aprender en este
fascinante mundo colorido.
CUCA MURO
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Con ojos grandes y asombrados, observa Siempre pensamos que la infancia lleva implícito: una mirada inocente,
un gesto alegre, desenfadado y curioso. Y como siempre, o casi
siempre, nos equivocamos. Tendemos a clasificar todo en una misma
lista, convencionalismos.
No veo ingenuidad o alegría en su mirada, más bien, inquietud y
señalaría, que, hasta preocupación, aunque ésta debería de
desarrollarse más tarde, en una edad adulta.
No sé en qué situación se tomaría la fotografía, pero hasta puedo
percibir, de alguna manera, el miedo.
El lugar de nacimiento es una lotería a la que ni siquiera hemos
apostado, te toca donde te toca y a aceptar sí, o sí. Por eso, sería
conveniente, quejarnos menos y reconocer más. Sé que en un cien por
cien no se cumple la regla en nuestra sociedad, pero es un porcentaje
elevado respecto a “otros mundos”. Al menos, se respetan los derechos
de aquellos más vulnerables, impensable en otros países. Si hablamos
de las mujeres, me da escalofríos pensar en esos matrimonios infantiles
de conveniencia o el nulo reconocimiento y respeto al sexo femenino,
la mano de obra infantil y tantos etcéteras, que mejor dejarlo aquí.
Y como cierre; hablemos de la imagen, decir que no está exenta de
una belleza ¡absoluta! La cámara se dio cuenta y así lo captó.
ROSA LABORDETA
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Los aspectos objetivos del hombre protagonista de esta fotografía
en los que seguramente coincidimos son: una expresión relajada,
pensativa, una apariencia aseada, ordenada, con un hábito
protector y un gesto en las manos, tal vez natural y recurrente, o
casual, captado en ese momento gracias al ojo del fotógrafo.
De manera ya subjetiva, podría pensar que es una persona viva,
maleado por la vida, ¿un sabio de un clan? o al menos alguien a
quién no me importaría preguntar sobre algún tema trascendente,
seguro de que su respuesta estará, cuando menos, argumentada,
sesgada, basada en la experiencia de la vida. Querría pensar, al fin,
en la figura de alguien en quien confiar.
JUAN MUERE
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La primera vez que te vi pensé que tenías el alma rota, que la
ciudadela de tus emociones y sentimientos era como arroyo seco y
atalaya sin vigía.
Cabizbaja, taciturna y rendida, con el ceño fruncido y un prognatismo
más propio de la tristeza que de la dentadura.
Creí que la desesperanza y el cansancio habían apagado tu luz,
sentí pena, lastima y compasión por ti.
Después tomé consciencia de mi ignorancia y de mi pronto juicio, y
aborrecí la osadía de mis entrañas que te sentencia sin conocerte
y odié a mi imaginación, la que rellena sin permiso los huecos de mi
desconocimiento.
Comprendo ahora que, a pesar de abanderarnos de razón e
inteligencia, todos, sin excepción, somos gobernados por nuestras
emociones y esta vida no es otra cosa sino una cruel paradoja,
porque, creyéndonos labradores del campo de la sabiduría, somos
hijos de la ignorancia.
He de reconocer que desde la más absoluta disidencia ante el
relativismo universalista una voz resuena en mi cabeza, me confronta,
me atormenta y dice así: “En este mundo traidor nada es verdad ni
es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira” (Rubén
Campoamor).
Ahora siento pena, lástima y compasión por mí, porque no es tu alma
la que está rota, sino mi mirada.
YUNES GARCÍA GOÑEZ
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¿Verdad que se asemeja a uno de esos duendecillos traviesos de
los cuentos? Bueno, yo sé que muchos y muchas de quienes estáis
mirando la foto no creéis en esas historias, sois ya demasiado mayores
y eso es cosa de niños. No obstante, os aseguro que, a medida que
pasan los días, estoy convencido de que él, Javier, pertenece a ese
mundo donde la magia y la fantasía se hacen realidad.
Con Javier, siempre pasan cosas y cada día es una aventura, un viaje
a los maravillosos mundos en los que todo es posible. Y le reconocen
los sadhus como propio, y a él acuden los locos, los despojados de
cariño, los que ven más allá de lo evidente, en busca del bálsamo de
su sonrisa y la caricia de su mirada.
Javier todo lo comparte desde un corazón generoso. Únicamente se
guarda para sí, el dolor de aquella traición amarga.
ISMAEL GARCÍA
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Te miro. Una luz dorada bañando tus rasgos de hombre de edad mediana,
absorto en tus pensamientos y sin embargo buscando en la multitud algo
que abra tus ojos a la curiosidad.
Tú no lo sabes pero alguien te observa, te conviertes en su punto de fuga
y, en un futuro-presente, en el de muchas otras miradas ajenas a tu mundo
, a tus pensamientos. Serás el protagonista de ojos que miran, de ojos que
ven, de ojos que imaginan, de ojos que sienten, de ojos que sueñan.
Quizás en tus ojos profundos y oscuros alguien adivine tus pensamientos.
Quizás en tu mirada despreocupada alguien encuentre por unos minutos
un motivo para viajar y soñar, para salir del mundanal ruido y encontrar ese
silencio que calma.
Te veo, te miro, te observo desde mi mundo, en un pequeño refugio de silencio,
entre árboles verdes y agua cristalina, entre comodidad y facilidades.
Tus calles repletas de gente se acercan a mi; vestimentas multicolores se
dibujan en mi jardín, como flores que alegran la vista. El hipotético tumulto
resuena entre los cantos de los pájaros que revolotean a mí alrededor. El
olor. Imagino el olor, especiado, denso, rivalizando con la frescura del que
respiro en mis montañas.
La brisa, me cuentas, que tú apenas la conoces , que el sol y la luz dorada
que bañan tu rostro te aprietan en un abrazo sofocante. Que tú piel oscura,
al igual que tus ojos profundos se torna dorada en los atardeceres.
Tus manos curtidas me hablan de trabajos que no saben de horarios ni
de salarios justos. Y despacito, muy bajito, me susurran que ellas también
saben de caricias; me dicen que tus uñas cuidadas, tu turbante y tú barba
peinada son tú pequeño gesto coqueto a esa intimidad personal que nos
hace más humanos.
Y así, en ese ejercicio placentero de observación, la vida me recuerda
que en los ojos de otros no somos más que lo quieren ver. Y que cuando
nos miramos y nos vemos, nos encontramos, aunque apenas sea por unos
instantes. Tan lejos y tan cerca en esencia humana.
MARIBEL NOGUEIRAS
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La claridad del rayo de sol ilumina este rostro en plena meditación
y tal vez agradecimiento. Una barba…casi blanca, larga, cuidada
y frondosa, alberga miles de pensamientos y vivencias en cada uno
de sus pelos; cada uno de estos es como una extensión de los
pensamientos.
Cada filamento alimentado por la tenue luz, se conecta con el interior
y con el alma de este ser humano para crear un circuito entre lo que
somos: materia física y cuántica. Lo segundo, en esta imagen… la
traspasa llegando hasta nuestra propia alma. Sí, la tuya (que en este
momento contemplas a este ser) y, por supuesto, también inundó la
mía.
ÁNGEL BANDRÉS IZUEL
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En un rincón del mundo donde las grandes invenciones occidentales,
creadas para mantenernos encadenados al consumo y a la ilusión
de la novedad, no son parte del deseo ni de la rutina, la relación
entre propiedad y felicidad se transforma radicalmente. Allí, nadie
añora un móvil de última generación, ni un piso con calefacción y
agua caliente; tampoco ropa de marca ni un sofá frente al televisor.
Lo que a nuestros ojos podría parecer miseria o carencia es, en
realidad, la vida cotidiana de millones de personas en el lejano
Oriente.
Y al observar a este hombre absorto en su cuenco de fruta, ajeno
al bullicio del mundo, entregado por completo al sabor fresco de
una sandía, pienso —sin duda— que, a pesar de sus penurias, ha
aprendido a encontrar el “sabor” de la vida con muy poco. Quizás
nosotros, agotados por el exceso y el materialismo, debiéramos volver
a lo esencial: saborear los instantes sin esperar demasiado de ellos.
Ahora, mientras escribo, soy ajeno a la existencia de ese hombre que
quizá, a miles de kilómetros, duerma sobre una estera humilde o tal
vez camina entre aromas y voces del mercado llevando en su hatillo
todo lo que posee. Gracias al talento de Ismael, este rostro anónimo
se vuelve protagonista; su imagen nos invita, nos interroga. Y yo me
detengo, lo reinvento en mi mente, le doto de preguntas. Y me digo: si
él tuviera ante sí un retrato mío, ¿qué pensaría? ¿Qué diría su silencio
sobre mí?
Nunca lo sabré, pero hay preguntas que no buscan resolverse y
alimentan la imaginación… de la mirada ajena.
DIEGO FERNÁNDEZ
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Espera en silencio, impaciente, los ojos fijos en la multitud que va y
viene ante él. Sentado en la calle renueva su rutina y sus costumbres
como si fueran promesas antiguas, y se aferra a ellas con la seriedad
de quien ha aprendido a resistir. Alerta y preparado ante cualquier
acontecimiento inesperado.
Desconfía, mira de reojo, como si la vida ya le hubiera demostrado
que el porvenir no guarda buenas intenciones. En su piel morena, el
tiempo ha tallado arrugas profundas y en sus labios, sellados con
f
irmeza, se esconde el dolor mudo de una traición que aún pesa.
Pero detrás de esa coraza, hay un corazón noble, sabio y discreto
que guarda un tesoro que no entrega ni comparte, aunque por ello
no es menos valioso: su honestidad.
No le importa la moda ni el desaliño de su chaqueta arrugada, ni
que los collares ceremoniales se mezclen con el jersey deslucido por
el tiempo. Lo que cuida, con esmero, es su topi, colocado como una
corona antigua que le otorga la dignidad de un loco ilustre, de un
rey sin reino.
CRISTINA ESCUER
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Lentamente levanta la cabeza, a continuación, e igualmente muy despacio, levanta
el brazo con la mano extendida para golpear suavemente su pecho y exclama
con ternura:
¡Dayamay!
Tímidamente, Dayamay –porque ese es su nombre– comienza a esbozar, como a
cámara lenta, una sonrisa, y asoman sus dientes todavía blancos y perfectos.
Dayamay se esfuerza para que sus ojos sonrían también, nunca acaba de lograrlo,
pero no os confundáis, en su mirada no hay tristeza, no.
Los ojos de Dayamy están cansados.
Aunque no lo parezca, Dayamay es mas joven de lo que aparenta, después de
todo nunca conoció nada mejor, aunque sí bastante peor.
Un rincón para dormir en una choza sencilla, un cajón que alguna vez fue de
madera para guardar unas pocas cosas, un puñado de comida –y no todos los
días- y unos pocos trapos enormes de vivos colores, que ya aprendió a ponerse
sola y que utiliza día tras día, para sentarse en no importa que rincón de su ciudad.
Allí comienza todo, Dayamay sonríe, sonríe todo el tiempo, hay veces que su rostro
permanece como paralizado durante minutos, horas; ante una legión de turistas,
disfrazados de aventureros; algunos se detienen y con esos cristales negros le
hacen retratos, ella lo sabe porque un día, no hace mucho, uno de ellos le mostró
el resultado. Aquel tipo no era como los demás, era diferente: alto, enjuto, desgar
bado y con barba que dijo llamarse “Smael”.
Dayamay al momento se dio cuenta de que aquel hombre no era como los demás,
que en su mirada no había esa compasión que como la colonia barata solo dura
lo que dura ese paseo por el callejón, ni siquiera le dio unas monedas con la falta
que le hacen para poder comer algo.
Aquel hombre “Smael”, tenía algo especial: autoridad en la mirada, en la voz. En
sus ojos navegaban briznas de tristeza, de ternura, de rabia, de curiosidad, y
Dayamay lo capto, y entre los dos comenzó ese mágico dialogo sin palabras que
es solo un instante – Esta fotografía -.
“Smael”, le pareció a Dayamay como una especie de hechicero.
¡Ay, querida Dayamy!, no, no te equivocaste, no se dice “Smael”, se dice Ismael, y
sí, de alguna manera es como un hechicero, porque ese instante infinito y eterno,
que esculpió en tu fotografía, viajará hasta los museos de las lejanas tierras de
Europa, y allí seras contemplada por cientos, miles de ojos, de miradas y cumplirás
sin tú saberlo una hermosa misión, esa sonrisa tuya, dolorida cobrara vida en los
corazones de los que te miran: Compasión, sí, compasión, porque no lo he dicho
hasta ahora, pero tu nombre en indio significa eso, Dayamay: compasión.
TOÑO L´HOTELLERIE DE FALLOIS
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Hay rostros que se miran y se escuchan. Este es uno de ellos.
Tallado por el tiempo y adornado con signos sagrados, su semblante
refleja el sol del presente y el peso lento de muchas vidas. Este
anciano ha aprendido más de lo invisible que de lo evidente, más
del silencio que del ruido.
Se aparece entre sombras, sereno, como si el tiempo hubiera hecho
una pausa. Su barba, homenaje a siglos de historia, acentúa la fuerza
de un rostro cuajado de surcos que no hablan de edad, sino de
caminos recorridos más con el alma que con los pies.
Luce en la frente un mapa sagrado en blanco y rojo que no necesita
explicación. El gesto de su mano no bendice ni impone, simplemente
indica: todo está bien, si sabes mirar. Sus ojos, destellos de luz interior,
observan sin juicio, con la paz de quien sabe que el universo no se
domina, se observa.
Tal vez fue señor, poeta o mendigo. Tal vez es todas esas cosas a la
vez. Lo cierto es que se ríe de las preguntas y escucha lo que no se
dice. Su mirada refleja la certeza de quien ha estado muy cerca del
fuego y mantiene los rescoldos encendidos.
El viajero le observa, se acerca, toma una foto. Él sonríe. No es vanidad,
es el gesto de quien reconoce el alma curiosa del fotógrafo. Y en ese
instante, la imagen no retrata un rostro, sino un instante de eternidad,
capturado entre la sombra y la luz. Y el viajero se aleja en paz. Algo
en él ha cambiado.
FRANCISCO RUBIO DAMIAN
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Ismael, ha conseguido en su fotografía tener un estilo propio, genuino
que le hace perfectamente reconocible tanto la hora de la toma
de la instantánea como a la hora del revelado, jugando sobre
todo con las sombras, abstrayendo a la persona del mundo que
la rodea. Crea una atmosfera en la cual al espectador le hace
libre de interpretar la imagen, sin contaminarse de los elementos que
rodean a la persona fotografiada, consiguiendo de esta forma que
haya tantas historias como espectadores que observan la imagen.
Agradeciendo la oportunidad quiero compartir con todos vosotros
mi mirada.
“Sosiego…recapacito sobre mi vida, con la tranquilidad del deber
cumplido, satisfecha por lo vivido, recapitulando todas las experiencias
vividas plasmadas en mi piel arrugada por el paso del tiempo, con
la conciencia tranquila y esperando llegar a la meta con la dicha
de haber disfrutado de mi vida plenamente. No tengo nada más que
decir, pero, si quieres saber, siéntate y hablamos…”
JUAN CARLOS RODRIGO
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Una, dos y tres… Reconozco tu cara, el cruce intrincado de tus arrugas,
tu mirada velada, los párpados cansados; esa boca castigada.
Cuatro, cinco, seis, siete y hasta diez veces oigo a tu padre maldecir
la llegada de otra niña, otra boca que alimentar, otra dote que
juntar.
Once (mil) consejos resignados te transmitió tu madre: obedece,
reza, pare, trabaja , trabaja, trabaja, calla, calla.
Doce, la niñez olvidada.
Trece, tu boda, el amor a tu esposo, tan ausente como él, desconocido.
Un día catorce nació tu hija y le susurraste desde un principio: sé
valiente, lucha, crece, batalla, en pie.
Con quince colores dibujaste su futuro para que fuera diferente al
tuyo. Con agónico esfuerzo ahorraste, dieciséis, diecisiete, dieciocho,
casi veinte, multiplicadas por muchos cientos, rupias para comprar
los dijes que adornan tus lóbulos y narinas, único lujo en toda una
vida.
Y pasaron los años, veintiuno, veintidós, veintitrés y muchos más,
implacables. Y a pesar de tanto, llegas hoy hasta mi con ese bindi
ungido ceremoniosamente en la frente, revestida de una profunda,
elegante y genuina dignidad. Te reconozco, hermana. Eres la foto
número veinticuatro.
ADELAIDA GONZÁLEZ MONFORT
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La mirada de este niño —una chispa de luz entre las sombras— nos
interpela sin palabras. No necesita más. Surge como un destello de vida
nacido del silencio. Su grueso abrigo contrasta con la delicadeza
de su rostro, como si el mundo quisiera proteger su fragilidad con
capas de ternura.
En sus ojos habita una memoria antigua, el eco lejano de inviernos
vividos por otros antes que él. Pero no hay tristeza. Solo curiosidad.
Solo vida. Un ser en formación que extiende la mano con la fuerza
de quien aún no ha aprendido a temer.
Hay algo ancestral en su porte, como si llevara consigo la historia
de los que le precedieron. Su gesto nos invita a acercarnos, a soltar
prejuicios, prisas y heridas. A recordar —sin estridencias— lo que fuimos,
cuando aún creíamos en la magia de los días infinitos.
Esta imagen no congela el tiempo: lo redime. Nos detiene y nos
enfrenta a lo esencial. Es un sol pequeño en un mundo frío. Y bajo
ese sol, la infancia se asoma, envuelta en un abrigo que no protege
tanto como el amor invisible que lo rodea.
Porque la esperanza, a veces, cabe entera en una mirada.
JAVIER CANO
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Hay algo profundamente conmovedor en el rostro de esta mujer. No
sabría explicar por qué, pero al verla siento una ternura serena, como
si me envolviera una presencia familiar. Me recuerda a mi abuela, a
todas las abuelas… a esa forma tan única que tienen de querer:
callada, constante, incondicional.
Sus manos, arrugadas y firmes, sostienen con delicadeza las cuentas
del rosario. Es un gesto que dice mucho sin necesidad de palabras:
fe, paciencia, rutina, devoción. Imagino cuántas veces habrá repetido
esa oración, no solo por ella, sino por los suyos. Porque los abuelos
son así: rezan más por los demás que por ellos mismos.
En su mirada hay luz, pero también tiempo. Hay risas pasadas, duelos
vividos, silencios largos y una infinita capacidad de entrega. Me
pregunto cuántas veces habrá cuidado, consolado, esperado.
Cuántas veces habrá dado sin pedir nada a cambio.
Y eso me toca. Porque hoy que todo parece urgente y fugaz, verla
a ella me recuerda lo que permanece. Esa fe que no necesita
demostrarse, ese amor que no se explica, solo se da.
No la conozco, pero la reconozco. Es todas las mujeres que han
estado ahí sin hacerse notar. Que, con solo estar, nos han enseñado
a sentirnos protegidos. Y sí, al verla, siento una gratitud suave, como
una caricia antigua que aún abriga.
BELÉN LUQUE HERRÁN
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El rostro que evoca la fotografía me traslada a una palabra:
Conocimiento. El conocimiento bien llevado resuelve la incógnita que
nos conduce a obtener la sabiduría. “Sabiduría”, del latín sapere,
que significa “tener inteligencia, juicio”. Toda esa mezcla de ideas
sólo la puede dar el propio periplo vivido que nos va acercando,
inexorable, hacia la madurez. Como el señor de la foto. Con mirada
segura, como queriendo analizar aquello que no nos aparece en
el encuadre. Con esa confianza y seguridad en uno mismo que nos
aporta experiencia, otra palabra cuyo significado latino nos habla
de un camino recorrido a base de prueba, ensayo y aprendizaje.
Esa confianza que nos ofrece la persona de la foto, en plena madurez,
nos recuerda a un retrato de reyes pretéritos. Aquellos que obtenían
la sabiduría que les permitía gobernar a través de una justicia que
podríamos entender como divina pero que realmente era la obtenida
únicamente a través de sus ojos y su propia inteligencia.
Y es que hay algo en esa mirada que impone, pero no asusta. Invita
a escuchar, a aprender, a detenerse. A reconocer en el tiempo vivido
un legado que no se enseña en los libros, pero que se transmite con
gestos, con silencios, con presencia. La imagen no sólo retrata un
rostro, sino una vida de decisiones, de pérdidas y conquistas, de
certezas adquiridas a base de años.
Quizá por eso, contemplarlo nos provoca respeto. Porque intuimos
que hay en él un saber antiguo que no necesita ser dicho para ser
entendido. Simplemente está ahí, como un faro callado.
ANTONIO RODRIGUEZ MACÍAS
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Hay miradas que no buscan, que no reclaman. Solo están. Como
esta, que se posa en un punto indeterminado, entre la memoria y la
distancia. ¿A quién mira? ¿Qué observa? ¿O simplemente recuerda?
Quizá contempla algo que ya no está, o que solo ella conoce.
El rostro de esta mujer parece tallado en piedra cálida, como si la
vida hubiera ido esculpiendo sus días con el cincel del viento. Cada
surco en su piel guarda un relato: el de una infancia lejana, un amor,
una pérdida, una plegaria. La expresión es serena, casi melancólica,
pero no vencida. Su mirada, más que perdida, está recogida: vuelta
hacia dentro.
Luce en la frente un bindi blanco, una “gota” que es símbolo de pureza
y desapego, rodeado por un halo amarillo, tal vez una ofrenda solar,
un signo de conocimiento o protección. No hay ostentación, pero sí
un gesto de orgullo discreto en su porte, envuelto en telas de ricos
colores de tierra y ocres, como la tez de su rostro.
No hay gesto teatral ni pose. Solo una presencia. La cámara no roba
esta imagen; apenas la acompaña. Allí está, sin moverse, mientras
gira el mundo. Ajena y presente. Callada y llena, como una llama que
no vacila.
JOSÉ VENTURA CHAVARRÍA CASADO
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¿Y si quisieras compartir la paz que desborda tu eterna mirada
conmigo? Conmigo, precisamente, que me he atrevido a profanar tu
serenidad desde mi encorsetado mundo imperfecto…
Mis ojos quisieran ser los tuyos. Profundos. Interminables… ¿Tristes?
Quizá, solo cansados… ¿Dónde olvidaste tu sonrisa?
Podría dibujar con mis dedos temblorosos el perfil de tus labios para
siempre inmortales. Te aseguro que puedo sentirlos, mi niña, tratando
de contener el aliento para no romper este momento mágico, casi
místico, que compartimos en esta realidad inalcanzable. Olvidando
por un efímero instante las palabras que quisieron escapar de nuestros
prejuicios una vez y que siempre supimos que nunca nos atreveríamos
a pronunciar.
Porque así es mi mundo. Porque así es tu mundo.
Mujer hermosa. Mujer fuerte que desafías a la peor de las tormentas
apenas con una mirada, sincera y real como la vida que se nos
escapa a cada instante sin ni siquiera ser conscientes de ello.
Mujer dulce como el recuerdo de una niñez añorada. Niña que
permanece. Mirada que sana.
¿En qué estarás pensando tú, bella desconocida de mirada triste y
serena, para ser capaz de estremecerme el alma?
REBECA RUIZ
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La luz cálida que me envuelve al final del día es un bálsamo para el
alma. En cada arruga de mi rostro, puedo sentir el eco de las risas y
las lágrimas, los caminos andados y las lecciones aprendidas. No son
meras marcas del tiempo, sino los pliegues de una existencia vivida
plenamente, donde cada momento, por insignificante que pareciera,
ha contribuido a forjar lo que soy.
Mi barba, este manto blanco que me acompaña, es un recordatorio
constante de la paz que he hallado. En su suavidad, siento el fluir
de la quietud que habita en mí. Mis ojos, sí, quizás evitan la mirada
directa, no por timidez, sino porque se han acostumbrado a mirar
hacia adentro, a explorar los vastos paisajes de la memoria y la
contemplación. Hay una serenidad profunda que ha echado raíces
en mi ser, una calma que me guía a través de cada amanecer y
cada ocaso.
JANAKPUR… es más que un nombre en mi pecho. Es el eco de un
hogar, de una tradición, de una conexión inquebrantable con algo
sagrado que me ancla y me define. Mis días transcurren en la sencillez,
en la observación atenta de la vida que me rodea, en la reflexión
sobre el devenir de las cosas. La prisa es un concepto que apenas
recuerdo; mi tiempo es ahora, y mi propósito, simplemente ser. Esta
imagen captura un instante de esa quietud, un reflejo de la esencia
de quien ha encontrado su refugio en el silencio y la aceptación.
PAOLA BANDRÉS DE LOS REYES
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Mañana me levantaré temprano. Mañana, cuando escuche el sol
y suenen las vacas, prepararé el desayuno y, cuando esté todo
dispuesto, veré qué es lo que necesitan.
Eso será mañana. Hoy es diferente. Después de levantarme y ver el
sol y dar de comer a las vacas, mi nueva madre y mis nuevas tías lo
tenían todo preparado. A partir de hoy todo va a ser diferente.
CRISTINA LÓPEZ CALVO
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… Sonríes. Qué afortunada eres. Eres una de las mujeres que, en
este planeta, ahora mismo, puede decir que tiene una sonrisa. No es
tan fácil. Basta con haber nacido en el lugar equivocado, con que
alguien te la haya decidido arrancar, o con haber perdido tú misma,
la causa y la alegría de esa sonrisa.
Sonríes. Y no sé por qué, ni me importa, ni quiero saber más. Hábil, el
ojo del fotógrafo, me ha negado ver todo más allá que no sean tus
ojos. Porque son tus ojos los que sonríen. Sólo por cómo sonríen tus
ojos, está tu boca sonriendo. Sólo por ver tu sonrisa, estoy sonriendo
yo también. Y me iré, y volveré a mirarte. Y aquí seguirás. Enfrascada
en tu sonrisa.
Ojalá todas las sonrisas de este mundo fueran como la tuya. Eterna
y contagiosa. Ojalá todo el mundo tuviera las agallas que tienes tú
de estar aquí, sonriendo a un desconocido. Ojalá que todos los ojos
de los seres humanos se trataran como nos tratan los tuyos.
Una epidemia de sonrisas, de sonrisas cálidas, francas, honestas. Este
microsegundo tuyo congelado como remedio contra el rictus y la
deshumanización. Enséñanos a sonreír. A pasarnos la sonrisa de uno a
otra. Gracias por recordarnos que la sonrisa, es un derecho universal.
JORGE ANDOLZ TURÓN
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Un rostro de mirada amable que una vez fue niño. Una sonrisa
desgastada, pero indeleble en una boca que tantas palabras ha
volcado al mundo. Arrugas que se transforman en surcos y miden el
tiempo y el espacio hacia la próxima vida. Canas plateadas de luna,
indicadoras de sabiduría que un día fueron cabellera azabache
bajo el sol. La frente sagrada y bendecida con carmesí, azafrán y
arroz que conectan a este ser con una verdad mística y superior
donde es uno con el todo. Uno con la verdad, uno con la compasión.
Cada célula de su rostro guarda un recuerdo de cada segundo
vivido y este instante capturado se vuelve permeable, nos abraza
cálidamente y nos recuerda que nunca envejecemos del todo.
Que a través de nuestra divinidad interior siempre permanecemos
conectados a nuestro ser primigenio. Es una llama que siempre titila
entre nuestro corazón y nuestra sonrisa. Aquí tenéis pues el milagro
de la vida.
OLGA PAREJA
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Me transmite dignidad, serenidad y experiencia de vida. Es un hombre
con arrugas marcadas, cuyo rostro cuenta historias sin necesidad de
palabras. Tiene una expresión serena, pero firme, como si estuviera
reflexionando o recordando algo importante. El punto rojo en su
frente podría tener un significado religioso, tradicional o cultural,
algo común en muchas comunidades de otros países. Y la guirnalda
de flores me sugiere respeto o una celebración especial. Lleva una
gorra en la cabeza, que contrasta con los elementos tradicionales,
lo que podría dar una mezcla entre lo antiguo y lo moderno, entre lo
rural y lo contemporáneo.
El hombre parece estar en paz consigo mismo, seguramente tras una
vida intensa de trabajo. Esa tranquilidad y serenidad por las cosas
bien hechas. Es una imagen que irradia autenticidad.
LAURA ZAMBORAÍN
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La imagen nos traslada de inmediato al exótico continente asiático
a través de un alegre joven, que parece estar lleno de vida, sueños
e ilusiones.
Si tuviera que precisar su procedencia geográfica, me aventuraría
a situarlo en Nepal y concretamente en el marco del Dashain, un
popular festival religioso que se celebra en ese país durante el otoño.
A ello me invita a pensar lo que lleva en su frente, que puede ser
el tika, una mezcla de arroz, yogur y bermellón, que se asocia a la
prosperidad y la bendición de los dioses.
Consciente de todo ello, este hombre luce un colorido atuendo
y una bonita sonrisa, transmitiendo ante la lente de la cámara su
felicidad, así como el orgullo que le genera tener la oportunidad de
cumplir con las tradiciones de su pueblo y honrar el legado que le
transmitieron sus antepasados.
RICARDO GRASA
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Sopla la brisa cálida de una tarde de Jaipur, y en el telar de mis
recuerdos, la imagen de Meena se teje con hilos de sol y azafrán.
Meena, cuyo nombre significa “pez” en sánscrito, tiene la serenidad
de los lagos sagrados y la profundidad de los océanos.
Su piel, como la tierra fértil bañada por el monzón, resplandece bajo
un sari de un rojo vibrante, el color del amor y la pasión que solo ella
puede encarnar.
Sus ojos, dos pozos de quietud en medio del bullicio de la vida, no
solo ven, sino que sienten. Penetrantes y a la vez serenos, invitan a
la introspección, a zambullirse en la calma que solo un alma sabia
puede irradiar.
Y su sonrisa. ¡Ah! su sonrisa es un amanecer en sí misma, dulce y
genuina, capaz de disolver cualquier sombra.
Recuerdo cómo su mano acariciaba su propia mejilla, un gesto de
ternura infinita que parece extenderse más allá del encuadre. No
es un gesto de cansancio, sino de una profunda conexión consigo
misma, una aceptación serena de su existencia. Es la caricia de una
madre a su hijo, la de una amiga a su confidente, la de un alma que
se reconoce y se ama. En ese rojo predominante, en la quietud de su
mirada y en la dulzura de su sonrisa.
Meena nos susurra una historia de resiliencia, de paz interior y de
la belleza que florece como cuando un corazón limpio se abre al
mundo.
MANUEL BUENO
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Si nos limitamos a la técnica, el viñeteado hace que nos fijemos
rápidamente en esa mirada que podríamos decir que es el centro
de la foto. Es una imagen muy contrastada y los tonos amarillos
combinan muy bien con la piel y la joya de la nariz aportando
calidez y equilibrio cromático a la fotografía.
Una mirada muchas veces puede decir mucho más que unas
palabras; en este caso, este retrato me transmite la melancolía de
una vida pasada más alegre y jovial.
Denota un cierto toque de cansancio, e in-expresividad no se ve
alegre pero tampoco triste. Es más, parece que esté pensando o
recordando algo muy lejano.
Es un retrato duro, de una mujer dura, que ha tenido una vida
posiblemente también dura.
IVÁN ESCRIBANO
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La fotografía tiene un sentido y un significado distinto para cada
fotógrafo. Yo, como aficionado y autodidacta de este mundillo, voy
a dar el mío:
Pienso que se trata de un retrato precioso y muy fresco. Una imagen
capturada en un momento decisivo y preciso del fotógrafo.
La niña parece que saborea y piensa que el helado es suyo. Una
realidad cotidiana, a lo mejor no para ella, ya que no sé dónde se
encuentra exactamente. Puede que en algún lugar del continente
asiático. ¿Quizás con mirada paciente de querer otro helado?
La fotografía en un principio me parece un poco dramática, por el
degradado negro de los márgenes. Le doy una vuelta y me transmite
también una atmósfera relajada, con una luz y una saturación
preciosa, a la vez que un efecto “bokeh” que hace que se realcen
aún más su mano, sus labios llenos de helado y esos ojos rasgados
y oscuros.
FRANCISCO BARÓN ARMAÑAC
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Rosa se acordaba bien de cuando era pequeña y vivía con su madre en
el pueblo de Ghats, con escalinatas que descendían hacia el río Ganges.
Su madre se quedó viuda muy joven, con su única hija, y para sacarla
adelante, diseñaba y confeccionaba preciosos saris.
Su madre cosía y cosía, realizando a la semana por lo menos veinte saris,
por lo que su negocio muy pronto prosperó, y al cabo de un tiempo fue uno
de los talleres más importantes de la ciudad.
Empezó a ganar dinero y pudo llevar a su hija a una escuela británica.
Allí aprendió a leer y a escribir en inglés y en hindi. Recibía clases de
matemáticas, de geografía y de historia, además de aprender a tocar el
tambura. También sabía coser y bordar por lo que ayudaba en el taller de
su madre.
Al ir creciendo se convirtió en una preciosa adolescente con unos ojos
negros penetrantes, una larga y sedosa cabellera y unos dientes de color
marfil.
En la escuela conoció a Arjun que significa “brillante” Un joven inteligente,
pacifista y algo rebelde. Pronto se enamoraron.
Lo que no sospechaban es que después de varios años de haberse casado,
formar una familia próspera y feliz, y tener tres preciosas hijas, el marido de
Rosa enfermó de viruelas y falleció.
Convirtiéndose al cabo de los años, en una mujer dichosa, criando a sus
hijos, tocando el tambura y ayudando a su madre en la confección de
saris.
Aquí la vemos en esta foto, con 70 años y una vida repleta de felicidad. Su
sonrisa y sus ojos profundos la delatan. Y aunque no volvió a convivir con
ningún hombre, nunca perdió su hermosa sonrisa y la viveza de su mirada.
CRISTINA GARCÍA ROSALES
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Está en silencio, sin moverse, pero por dentro todo en ella viaja. La
sonrisa que lleva no es del todo de este momento: es una pequeña
grieta por donde asoman los pensamientos que aún no sabe nombrar.
Sabe que algo cambia, aunque nadie se lo ha explicado. Le han
dicho que hoy es especial, que debe comportarse y sonreír, pero lo
que siente va más allá del vestido nuevo o los peinados apretados.
Mira hacia el frente con una extraña melancolía, como si ya pudiera
intuir que la infancia es una estación que pasa sin que uno se despida
del todo.
Se pregunta, sin palabras claras, qué vendrá después. ¿Seguirá siendo
ella cuando crezca? ¿Recordará esta sensación de ser tan pequeña
y tan inmensa a la vez? ¿Podrá correr sin miedo por caminos que aún
no conoce? Piensa en el mundo como en un cuaderno sin escribir,
donde todavía puede dibujar con colores que aún no existen. Quiere
ser muchas cosas, todas a la vez: ave, nube, árbol que no se arranca
del suelo.
Y, sin embargo, una duda suave le roza el pecho: ¿qué pasará
cuando los adultos dejen de mirarla como si todo fuera posible?
¿Qué quedará de la niña que hoy se imagina volando muy lejos?
Su sonrisa no desaparece, pero se vuelve más honda, como si ya
supiera que crecer también es aprender a sostener el misterio sin
romperlo.
JOSÉ ANTONIO NAVARRO
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No hay sonrisa posada en tu boca ni intento alguno por parecer
diferente de lo que eres. Tu rostro, marcado por arrugas profundas y
mirada entrecerrada, constatan los años vividos, probablemente de
lucha, pérdidas, trabajo duro y resistencia. Arrugas que son caminos
de memoria, caminos que nos hablan de hijos criados, de jornadas
largas y duras bajo el sol, de tiempos difíciles enfrentados con
dignidad y coraje. Tu mirada parece cansada, pero transmite una
aceptación serena y sosegada del paso del tiempo. No hay derrota,
simplemente, hay presencia. Tus manos entrelazadas han cocinado,
han tejido, han trabajado la tierra y han cuidado de otros. Tus
manos están juntas con los dedos tensos como si se aferraran a
algo invisible, a la vida, a tus costumbres y a tus recuerdos. Hay en
tu porte una calma serena y en tu figura la dignidad plena.
Tu postura es firme, de resistencia callada. Es un retrato de silencio,
de quien ha visto muchas cosas, de quien ya no necesita explicar
nada. Estás sola, pero llena de pasado, de identidad y de memoria.
Es un retrato de la belleza de lo real, de lo vivido y de lo imperfecto.
Y una invitación a ver, a sentir y a no olvidar a quienes han sostenido
el mundo en silencio.
BLANCA CASANUEVA
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No sé quién es este hombre, pero al mirarlo siento que guarda una
historia que me gustaría escuchar. Hay algo en su rostro que me
atrapa: la serenidad con la que se sostiene, la firmeza con la que
posa, como si supiera que el tiempo no lo ha vencido, sino formado.
Su estilo no es común. Ese gorro colorido, las gafas grandes, el
contraste entre lo tradicional y lo inesperado… todo en él parece
una declaración. Y sin embargo, nada parece forzado. Más bien da
la impresión de alguien que hace tiempo dejó de preocuparse por
encajar. Y eso, lejos de parecer distante, me resulta inspirador.
Lo miro y pienso en la libertad que llega con los años, cuando uno
aprende a ser quien es sin necesidad de dar explicaciones. Puede
que otros lo vean como excéntrico, incluso un poco loco. Yo lo veo
como alguien valiente. Alguien que no ha renunciado a su identidad,
que ha decidido vivir a su ritmo, con su voz, con su color.
Contemplar su rostro es como asomarse a un mundo distinto, donde
la locura no asusta, sino que despierta. Me deja con la sensación de
que, quizás, en esa forma tan suya de estar en el mundo, hay algo
que deberíamos aprender todos.
PALOMA LASEO ARTIGAS
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La infancia es ese tiempo suspendido donde el alma se expresa
sin filtros y la mirada es un espejo limpio que refleja el asombro del
mundo. En los ojos de una niña, como la que aparece en esta imagen,
se esconde una curiosidad infinita, una chispa que revela la belleza
de lo simple: un gesto, un sonido, una luz inesperada. Sus dedos en
la boca no son solo un acto instintivo, sino el lenguaje silencioso de
quien explora sin miedo, de quien aún no conoce la prisa ni el juicio.
La felicidad de la infancia no necesita grandes motivos. Habita en
lo cotidiano, en la calidez de un abrazo, en una risa compartida, en
el descubrimiento de una textura nueva o una palabra que resuena
como magia. Es una felicidad pura, transparente, que brota del alma
sin condiciones.
Ver el mundo a través de los ojos de un niño es recordar lo esencial:
que cada día puede ser una aventura, que el presente es un regalo,
y que la ternura es una forma de sabiduría. La imagen de esta niña
no es solo un retrato: es un testimonio de la inocencia, de la dulzura
que habita en los primeros años, y del milagro de mirar el mundo
como si siempre fuera la primera vez.
LLARA MARTÍN RICO
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Este rostro lo dice todo. No es solo una cara arrugada por el paso
del tiempo, es un mapa lleno de historias, de recuerdos, de vida.
Mirarla es como asomarse a una memoria que no está escrita, pero
que se siente. La vejez tiene eso: no trae solo años, trae experiencia,
sabiduría y una forma de ver la vida que solo se consigue con el
tiempo.
Las personas mayores son nuestra conexión con el pasado. En ellas
viven las voces de quienes ya no están, los consejos que nos siguen
acompañando y las costumbres que nos han hecho ser quienes somos.
A veces se nos olvida lo importante que es sentarse a escuchar, dejar
que nos cuenten, que nos enseñen desde lo vivido.
En un mundo que va tan rápido, donde lo nuevo parece valer más,
ellas nos recuerdan que hay valor en lo antiguo, en lo que ha resistido.
Son como raíces que nos mantienen firmes cuando todo se mueve. Y
solo por eso, ya merecen ser vistas, escuchadas, valoradas.
Esta imagen es un pequeño homenaje a esa memoria viva que camina
entre nosotros. Porque sin ellas, sin su mirada y su recuerdo, estaríamos
mucho más perdidos.
GERARDO SÁNCHEZ MUR
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El viaje toca a su fin y mis cansados pasos me acercan, casi sin
que yo oponga resistencia, hacia el río sagrado donde el barquero
espera mi llegada para llevarme a la otra orilla. ¡Han pasado tantas
cosas a lo largo de mi vida! ¡He conocido a tantos! He amado a
tantas! He caído miles de veces y, otras tantas, me he levantado.
Con heridas muchas veces, algunas de las cuales no se han cerrado
todavía ¿Qué queréis? He aprendido a convivir con ellas, a asumir
que me equivoco la mayoría de las veces.
Mientras me acerco a la orilla, me pregunto el por qué de esta
obsesión por exponerme a las miradas ajenas. Por qué mostrar mis
adentros en cada una de las imágenes que han ornado esta sala
y en tantas otras que han quedado a la espera. Por qué mostrar
los mundos que en mi interior existen a través de mis escritos, de mis
cuentos, de mis relatos…
Quizás sea porque en cada mirada ajena me reconozco. Quizás.
Pero no hay tiempo para más. Caronte se impacienta y reclama con
su mirada que me de prisa en subir a la barca.
No tenemos toda la vida.
ISMAEL GARCÍA
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Queremos mostrar desde estas páginas nuestro
agradecimiento a todas y cada una de las
41 personas que, desinteresadamente y en un
acto de generosidad, han contribuido a la
realización de este proyecto escribiendo los textos
que acompañan a las imágenes que conforman
MIRADAS AJENAS.
MARTA GORDO IBAÑEZ
CRISTINA GARCÍA ROSALES
JOSÉ RAMÓN GARCÍA COCA
MARISA ARGUÍS REY
JOAQUÍN MORENO
ROMINA ALI
IGANACIO IGUARBE LÁZARO
JUANJOSÉ MONGE
AMELIA ARIÑO
SARA LABORDETA GAVÍN
CUCA MURO
ROSA LABORDETA GAVÍN
JUAN DÍES LOSARCOS
YUNES GARCÍA GOÑEZ
MARIBEL NOGUEIRAS
ÁNGEL BANDRÉS IZUEL
DIEGO FERNÁNDEZ
CRISTINA ESCUER
TOÑO L´HOTELLERIE DE FALLOIS
FRANCISCO RUBIO DAMIÁN
JUAN CARLOS RODRIGO
ADELAIDA GONZÁLEZ MONFORT
JAVIER CANO
BELÉN LUQUE HERRÁN
ANTONIO RODRIGUEZ MACÍAS
JOSÉ VENTURA CHAVARRÍA
REBECA RUIZ
PAOLA BANDRÉS DE LOS REYES
CRISTINA LÓPEZ CALVO
JORGE ANDOLZ TURÓN
OLGA PAREJA
LAURA ZAMBORAÍN
RICARDO GRASA
MANUEL BUENO
IVÁN ESCRIBANO
FRANCISCO BARÓN ARMAÑAC
JOSÉ ANTONIO NAVARRO
BLANCA CASANUEVA
PALOMA LASEO ARTIGAS
LLARA MARTÍN RICO
GERARDO SÁNCHEZ MUR